martes, 25 de septiembre de 2018

La Escula Rural Del Campillo

Era una tarde de septiembre de 1956, cuando D. Luis, el Boticario, fue en un taxi a la Estación de Mora a recibir a un amigo muy especial. Del tren se apearon varias personas, entre ellas un apuesto joven de treinta y tres años con varias maletas. Era él, se reconocieron al instante, se dieron un afectuoso abrazo y desde la Estación se dirigieron a la masía de la Casa Nueva del barrio Los Campillos; lugar que sería su hogar a partir de entonces y donde iniciaría su nueva vida y profesión: impartir clases como maestro rural; este hombre era Don Eladio Corbalán Sánchez.
 
El Barrio de los Campillos, se halla situado en una zona llana en el Noroeste de Mora, al pie de la Sierra. Unas suaves alineaciones montañosas lo separan por el Sur del Barrio de Las Barrachinas; al Este limita con el Río Mora y la zona de las Tosquillas, y al Oeste con el término municipal de Cabra de Mora.


El Barrio incluye las masías de: La Olmedilla, La Casica, Las Lumbrarias, La Lupia, La Tosquilla de Arriba, del Medio y de Abajo, Mas de Abajo, La Casa Nueva,  La Parra, Masía Vieja, El  Palomar, Las Casas de Arriba y de Abajo, Mas de Enmedio y La Casa Blanca. Según los datos del padrón municipal de 1955, contaría con unos 105 habitantes aproximadamente.
El que llegase D. Eladio a esta zona como docente fue a consecuencia de la gestión llevada a cabo por Miguel Fuertes. Miguel, era el masovero de La Casa Nueva, a la vez que concejal del Ayuntamiento de Mora. Con el apoyo de otros padres del Campillo consiguieron que se creara una “Escuela Volante” y fuera incluida en la llamada “lucha contra el analfabetismo rural”, batalla que se libraba en aquel entonces por estos territorios. Antes que él, hubo dos maestras, Dª. Amparito y Dª. Rosario, que no se adaptaron a ese lugar y solamente impartieron un curso cada una.
¿Y quién era D. Eladio?, pues bien, sabemos que nació en el año 1923, en El Val, una aldea del Rincón de Ademuz, provincia de Valencia. Era el menor de cuatro hermanos. Sus padres se trasladaron a vivir a Madrid para poder dar estudios a sus hijos. Su profesión le venía de tradición, ya su padre era maestro. Así, inició sus estudios de bachiller en Madrid, que tuvo que interrumpir por la Guerra Civil. A pesar de las circunstancias no desistió y así, continuó sus estudios “por libre”, se presentó a examen en Teruel donde también aprobó las oposiciones de Magisterio, que se preparó con la ayuda de su hermano Felipe, quien ejercía ya de maestro en Fortanete. Antes de ir al Campillo, estuvo un curso en Oliete, después hizo una sustitución en Teruel impartiendo clases a un grupo de etnia gitana. Esta experiencia fue muy positiva en su trayectoria docente.
Para él, la educación era fundamental en el desarrollo de las zonas rurales; y sobre todo, para sus habitantes a quienes se les ofrecía la posibilidad de mejorar y progresar. Fue un maestro vocacional, disfrutaba enseñando y se implicaba mucho en la formación, educación y el porvenir de sus alumnos. Era un hombre muy sensible y educado, con cierto atractivo físico, que vestía con elegancia, casi siempre jersey de punto y corbata; sus alumnos recuerdan de manera entrañable, su guardapolvo azul. Pero ante todo, si hay una cosa que distinguía a D. Eladio, era la importancia que otorgaba a ser educado, respetuoso con todas las personas y por supuesto, con sus alumnos.
Una de sus aficiones era la música, tocaba el laúd, con este instrumento participaba en los Bureos que se celebraban en las masías. Completamente adaptado a ese ambiente, disfrutaba  de las tradiciones y  de sus gentes.
Se preocupó mucho por la formación de sus alumnos. Hubo dos generaciones que se formaron inicialmente con él, entre ellos hoy podemos contar con: dos médicos, un ingeniero, una técnico-agrícola, una abogada y una maestra. Otros no estudiaron carreras universitarias pero sí pudieron mejorar su educación. Dos alumnos del Campillo aprobaron el ingreso en la Policía Nacional y uno en la Guardia Civil, e incluso, posteriormente, les brindó su apoyo para mejorar de rango. Se puede decir que a todos sus alumnos, el hecho de poder aprender a leer, escribir y adquirir unos mínimos, pero importantes conocimientos, les ayudó muchísimo a lo largo de toda su vida.
¿Y cómo era esta escuela del Campillo? La escuela se hallaba en la planta baja de la masía, era una sala grande, enjalbegada, con una ventana al descubierto que iluminaba la habitación. También contaba con dos alcobas pequeñas, en una de ellas se guardaba el material escolar. En la clase habían pupitres de madera donde se sentaban dos alumnos juntos; al fondo, la mesa del maestro y detrás, una enorme pizarra; a un lado, una estufa de leña que además de dar calor los días de invierno servía para preparar la leche en polvo que repartía a sus alumnos en el recreo; también les daba unos “cuadrados” de queso, un aporte importante de calcio en aquellos años cuando escaseaban ciertos alimentos.
En La Casa Nueva, daba clase a los más pequeños por la mañana y a los mayores por la tarde-noche, en total unos treinta niños y niñas de diferentes edades. También venían a la escuela desde Las Barrachinas, Casa de Chuliver, e incluso algún niño desde Mora, que se quedaba interno toda la semana en la Casa Nueva.

Escuela en La Casa Nueva
Los niños llevaban sus pizarrines, cuadernos y lápices; los libros y el resto del material entraban en la dotación correspondiente a esa escuela, que les proporcionó el Ministerio de Educación. Además, D. Eladio, llevó libros y enciclopedias propias que él tenía de uso particular. De hecho, la enciclopedia Álvarez comenzó a utilizarse en esos años. Un mismo libro englobaba diversas materias: desde la Historia Sagrada a Ciencias de la Naturaleza, Lengua Española, Aritmética, Geometría e Historia de España.
Una alumna, Balbina Catalán, recuerda una anécdota muy simpática cuando otro compañero  salió a la pizarra a realizar un problema de matemáticas; hizo una división donde le salieron más ceros de los que tenía el resultado. D. Eladio le dijo: “creo que te sobran varios ceros en esta operación, repásala bien”. El niño no lo pensó demasiado, restregó la manga de la chaquetilla por la pizarra y borró las últimas cifras del resultado… ¡Problema solucionado!
Algunos alumnos tenían dificultades al aprenderse las tablas y cometían algunas faltas de ortografía, pero ante todo, él reconocía el esfuerzo de estos niños que tenían que compaginar sus estudios con las tareas del campo y aun así, siempre, acudían a la escuela aunque hiciera mucho frío o nevara. Algunos niños hacían los deberes que él les mandaba por los ribazos mientras guardaban el ganado.

Escuela en Mora de Rubielos
Después de dar clases en La Casa Nueva tuvo la ocasión de irse de maestro a Teruel, pero prefirió quedarse en Mora. Durante nueve años dio clases de educación primaria durante el día y por la tarde-noche daba clases a un grupo reducido de alumnos para que obtuvieran el título de Bachiller Elemental, y así no tuvieran que marcharse siendo tan pequeños a estudiar a otros colegios. Aquí tuvo de compañeros a D. Antonio Blasco y a D. Francisco Martín Sebastián y de compañeras a Dña. Asunción, a Dña. María y a Dña. Carmen Añoveros.
En el año 1959 se casó con Ángeles Fuertes, hija de Miguel  y Ángela. Tuvo tres hijas, las dos hijas mayores nacieron en Mora y la pequeña en Teruel, dos de ellas actualmente se dedican a la docencia. En 1963 fue elegido concejal del Ayuntamiento de Mora hasta 1968. Participó en el Concurso de traslados de Maestros y pidió plaza en Barcelona, año 1968. Allí fue maestro en dos colegios: en S. Antonio María Claret y en el Víctor Catalá, en el cual se jubiló a los 65 años habiendo disfrutado con su trabajo, sus alumnos y sus compañeros, con algunos de los cuales  entabló una fuerte amistad.
Durante muchos años, pasó sus vacaciones de verano en Mora, pueblo por el que sentía un gran amor, ya que allí estaba parte de su familia, habían nacido sus hijas y tenía muchos amigos y ex-alumnos. Nunca perdió su vinculación con el pueblo, el mismo verano anterior a su fallecimiento, aun estando ya enfermo, subió un fin de semana a Mora para participar en una gran comida familiar.
Después de su jubilación siguió viviendo en Barcelona, pero pasados unos años repartió su tiempo entre Barcelona y Benicasim. Finalmente, acabó viviendo definitivamente en Benicasim, donde falleció el 3 de diciembre del 2013, a la edad de 90 años.

Mi agradecimiento a su hija Lola.
Primer Premio Concurso Literario “Fiestas de San Miguel 2018”

Mª Pilar Ventura Catalán


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