viernes, 15 de noviembre de 2013

Pequeños Relatos




“La Torre Del Campanario"
                               
           Mora de Rubielos, 26 de abril de 2001

   Son las cuatro y media de la tarde, el día es primaveral y el sol brilla radiante en su esplendor, el cielo presume de un intenso azul mediterráneo adornado con blancas nubes. El pueblo está tranquilo, las calles solitarias guardan silencio; los niños están en la escuela y los mayores en sus quehaceres cotidianos.
   Marcho de mi casa con la cámara de fotografiar y una vieja linterna, en busca de mi amiga, Mercedes Lafuente. El encuentro es en Las Cuatro Esquinas, la curiosidad e ilusión resalta en nuestra mirada mientras caminamos hacia la torre de la Iglesia.
   La puerta se resiste a dejarnos pasar, tanto tiempo cerrada no quiere ver la luz. Bajo el resplandor tenue de una vieja lámpara, subimos las empinadas escaleras, se respira olor a humedad, las telarañas adornan techo y paredes mostrándonos un lugar encantado y misterioso.
   Las palomas, animal representativo de la Paz, son las “okupas” del campanario, anidan por todo el edificio; con nuestra presencia revolotean asustadas perdiendo alguna que otra pluma que cae al vacío. Suaves y sigilosos son nuestros pasos tras encontrar varios nidos de polluelos en los escalones.
   Por fin, después de subir numerosos peldaños hallamos el campanario, mi corazón se acelera por la emoción que me causa contemplar las campanas de cerca, tocarlas y como no, escuchar su sorprendente sonido. Ellas son las protagonistas y han posado de modelo para nosotras, a las cinco de la tarde la campana del reloj nos ha dado las gracias con su toque; el susto ha sido impresionante, y aún así hemos tenido suerte…imaginad que hubieran sido las doce.
   Las campanas son fieles testigos de nuestra historia, han sufrido los malos tratos de la guerra, pues algunas fueron arrojadas al vacío, pero de nuevo en su lugar, siempre están presentes en nuestra historia; con su lenguaje y sonido nos anuncian festividades importantes, siendo motivo de alegría pero también las hay de tristeza.

   Por unas sinuosas escaleras de caracol llegamos a lo alto de la torre, la panorámica es majestuosa, sorprendente, maravillosa. A vista de pájaro observo las calles del pueblo, las plazas, barrios y montañas; descubro El Aliagarico, lugar donde vivieron mis padres y nacieron mis hermanos, a la izquierda en un alto, vislumbro Troya, barrio pintoresco y soleado que me vio nacer y pedalear con la bicicleta por su empinada cuesta.
   El aire sopla con suavidad y la estancia es agradable; las campanas tañen las horas, nosotras permanecemos ausentes en el tiempo…no tenemos ninguna prisa, el reloj no existe para nosotras.
   Decimos adiós al campanario y descendemos por las escaleras, la curiosidad nos lleva a abrir una puerta, Mercedes, más prudente que yo prefiere esperar. Enciendo la linterna y sin tener miedo a lo desconocido me adentro en un túnel. En el camino no he visto ratones, ni murciélagos, ni fantasmas; el único bicho en movimiento creo que era yo. Al regreso de mi aventura, Mercedes, me recibe un poco preocupada; yo en cambio, no puedo evitar el entusiasmo y satisfacción que me ha causado recorrer la bóveda de la Iglesia, desde la torre hasta el altar mayor.
   Salimos a la calle, el cambio de luz es tan fuerte que a las pupilas les cuesta adaptarse. Entramos en la Iglesia, percibo el olor a incienso y el frescor de las flores que adornan el altar, por las cristaleras entran rayos luminosos formando luces y sombras. En la Iglesia estamos solas, el silencio y la tranquilidad que se respira es un placer, eso sí, disfrutamos de la compañía de los Santos que desde sus tronos, nos vigilan curiosos y a la vez contentos de nuestra inesperada visita.
   Abrimos la puerta del claustro y paseamos mientras hacemos alguna fotografía, su frondosidad y verdor nos demuestra que estamos en primavera. Leemos las inscripciones incrustadas en las paredes y observamos los detalles de los arcos. Por un momento mi mente se pierde en el tiempo y pienso en los Canónigos que anduvieron por este lugar ¡Cuántas horas de culto, meditación y espiritualidad!
   Recuerdos de mi infancia aparecen en mi memoria mientras paseo por el claustro, pienso en las tardes que pasábamos en El Convento de Las Monjas, donde Juan José; párroco de Mora en aquel tiempo, nos daba la catequesis. Recuerdo con una sonrisa en los labios, una anécdota entrañable que sucedió una tarde:
   “Pocos días faltaban para recibir la Primera Comunión, después de unos cuantos ensayos en la Iglesia, salimos al claustro haciendo un breve paréntesis. Juan José nos reunió a todos y dando una fuerte palmada en el aire nos animó a correr varias veces por el pasillo, mi inclinación por el deporte hizo que llegase la primera en la carrera. El premio que recibí, fue un foco fundido y una revista dominical; regresé a mi casa muy contenta y les mostré a mis padres muy ilusionada lo que había recibido, no hay duda, en que ellos también se alegraron”.
   Esta historia hace que reflexione y piense en lo sencillo que es hacer feliz a un niño, cualquier cosa por pequeña que sea, ellos la agradecen con una sonrisa. Con el paso de los años vamos cambiando poco a poco, perdemos la inocencia y tal vez seamos…un poquito orgullosos.
   Salimos del claustro y caminamos por la Iglesia desde el coro hasta el altar mayor, entro en la capilla de San Antonio y contemplo en el suelo flores silvestres de todas formas y colores, Mercedes, me ha contado que la Señora África, las recoge del campo todos los días y hace lo posible para que nunca falten.
   El reloj de la torre nos avisa que son las seis y media de la tarde, han pasado dos horas y nos parece increíble, cerramos la puerta de la Iglesia y con todos los bártulos nos dirigimos a casa de Mosén Esteban a devolverle la llave. La tarde lo merece y no he dudado en escribir estas líneas manifestando de forma amena y entretenida las impresiones que me ha causado esta visita turística; haciendo que este jueves sea diferente a todos los demás.


Concurso Literario “Villa de Mora 2001”    Primer Premio   



3 comentarios:

  1. Ese primer premio no es una casualidad. Con tu relato he recorrido la iglesia, he olido el perfume, y lo que es mas importante: he revivido la tranquilidad de las Cuatro Esquinas en los momentos en que Mora no está abarrotada de turistas. Enhorabuena.

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  2. Respuestas
    1. Muchas gracias, así ya conoces un poco la Torre del Campanario y el interior de la iglesia de Mora de Rubielos.

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