“La Torre
Del Campanario"
Mora de Rubielos, 26 de abril de 2001
Mora de Rubielos, 26 de abril de 2001
Son las cuatro y
media de la tarde, el día es primaveral y el sol brilla radiante en su esplendor,
el cielo presume de un intenso azul mediterráneo adornado con blancas nubes. El
pueblo está tranquilo, las calles solitarias guardan silencio; los niños están
en la escuela y los mayores en sus quehaceres cotidianos.
Marcho de mi casa
con la cámara de fotografiar y una vieja linterna, en busca de mi amiga,
Mercedes Lafuente. El encuentro es en Las Cuatro Esquinas, la curiosidad e
ilusión resalta en nuestra mirada mientras caminamos hacia la torre de la
Iglesia.
La puerta se resiste
a dejarnos pasar, tanto tiempo cerrada no quiere ver la luz. Bajo el resplandor
tenue de una vieja lámpara, subimos las empinadas escaleras, se respira olor a
humedad, las telarañas adornan techo y paredes mostrándonos un lugar encantado
y misterioso.
Las palomas, animal
representativo de la Paz, son las “okupas” del campanario, anidan por todo el
edificio; con nuestra presencia revolotean asustadas perdiendo alguna que otra
pluma que cae al vacío. Suaves y sigilosos son nuestros pasos tras encontrar
varios nidos de polluelos en los escalones.
Por fin, después de
subir numerosos peldaños hallamos el campanario, mi corazón se acelera por la
emoción que me causa contemplar las campanas de cerca, tocarlas y como no,
escuchar su sorprendente sonido. Ellas son las protagonistas y han posado de
modelo para nosotras, a las cinco de la tarde la campana del reloj nos ha dado
las gracias con su toque; el susto ha sido impresionante, y aún así hemos
tenido suerte…imaginad que hubieran sido las doce.
Las campanas son
fieles testigos de nuestra historia, han sufrido los malos tratos de la guerra,
pues algunas fueron arrojadas al vacío, pero de nuevo en su lugar, siempre
están presentes en nuestra historia; con su lenguaje y sonido nos anuncian
festividades importantes, siendo motivo de alegría pero también las hay de
tristeza.
Por unas sinuosas
escaleras de caracol llegamos a lo alto de la torre, la panorámica es
majestuosa, sorprendente, maravillosa. A vista de pájaro observo las calles del
pueblo, las plazas, barrios y montañas; descubro El Aliagarico, lugar donde
vivieron mis padres y nacieron mis hermanos, a la izquierda en un alto,
vislumbro Troya, barrio pintoresco y soleado que me vio nacer y pedalear con la bicicleta por su
empinada cuesta.
El aire sopla con
suavidad y la estancia es agradable; las campanas tañen las horas, nosotras
permanecemos ausentes en el tiempo…no tenemos ninguna prisa, el reloj no existe
para nosotras.
Decimos adiós al
campanario y descendemos por las escaleras, la curiosidad nos lleva a abrir una
puerta, Mercedes, más prudente que yo prefiere esperar. Enciendo la linterna y
sin tener miedo a lo desconocido me adentro en un túnel. En el camino no he
visto ratones, ni murciélagos, ni fantasmas; el único bicho en movimiento creo
que era yo. Al regreso de mi aventura, Mercedes, me recibe un poco preocupada;
yo en cambio, no puedo evitar el entusiasmo y satisfacción que me ha causado
recorrer la bóveda de la Iglesia, desde la torre hasta el altar mayor.
Salimos a la calle,
el cambio de luz es tan fuerte que a las pupilas les cuesta adaptarse. Entramos
en la Iglesia, percibo el olor a incienso y el frescor de las flores que
adornan el altar, por las cristaleras entran rayos luminosos formando luces y
sombras. En la Iglesia estamos solas, el silencio y la tranquilidad que se
respira es un placer, eso sí, disfrutamos de la compañía de los Santos que
desde sus tronos, nos vigilan curiosos y a la vez contentos de nuestra inesperada
visita.
Abrimos la puerta
del claustro y paseamos mientras hacemos alguna fotografía, su frondosidad y
verdor nos demuestra que estamos en primavera. Leemos las inscripciones
incrustadas en las paredes y observamos los detalles de los arcos. Por un
momento mi mente se pierde en el tiempo y pienso en los Canónigos que
anduvieron por este lugar ¡Cuántas horas de culto, meditación y espiritualidad!
Recuerdos de mi
infancia aparecen en mi memoria mientras paseo por el claustro, pienso en las
tardes que pasábamos en El Convento de Las Monjas, donde Juan José; párroco de
Mora en aquel tiempo, nos daba la catequesis. Recuerdo con una sonrisa en los
labios, una anécdota entrañable que sucedió una tarde:
“Pocos días faltaban
para recibir la Primera Comunión, después de unos cuantos ensayos en la
Iglesia, salimos al claustro haciendo un breve paréntesis. Juan José nos reunió
a todos y dando una fuerte palmada en el aire nos animó a correr varias veces
por el pasillo, mi inclinación por el deporte hizo que llegase la primera en la
carrera. El premio que recibí, fue un foco fundido y una revista dominical;
regresé a mi casa muy contenta y les mostré a mis padres muy ilusionada lo que
había recibido, no hay duda, en que ellos también se alegraron”.
Esta historia hace
que reflexione y piense en lo sencillo que es hacer feliz a un niño, cualquier
cosa por pequeña que sea, ellos la agradecen con una sonrisa. Con el paso de
los años vamos cambiando poco a poco, perdemos la inocencia y tal vez seamos…un
poquito orgullosos.
Salimos del claustro
y caminamos por la Iglesia desde el coro hasta el altar mayor, entro en la
capilla de San Antonio y contemplo en el suelo flores silvestres de todas
formas y colores, Mercedes, me ha contado que la Señora África, las recoge del
campo todos los días y hace lo posible para que nunca falten.
El reloj de la torre nos avisa que son las
seis y media de la tarde, han pasado dos horas y nos parece increíble, cerramos
la puerta de la Iglesia y con todos los bártulos nos dirigimos a casa de Mosén
Esteban a devolverle la llave. La tarde lo merece y no he dudado en escribir
estas líneas manifestando de forma amena y entretenida las impresiones que me
ha causado esta visita turística; haciendo que este jueves sea diferente a
todos los demás.
Concurso Literario “Villa de Mora 2001” Primer Premio
Ese primer premio no es una casualidad. Con tu relato he recorrido la iglesia, he olido el perfume, y lo que es mas importante: he revivido la tranquilidad de las Cuatro Esquinas en los momentos en que Mora no está abarrotada de turistas. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuy chulo
ResponderEliminarMuchas gracias, así ya conoces un poco la Torre del Campanario y el interior de la iglesia de Mora de Rubielos.
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